EL MUNDO y REDACCIÓN CENTRAL
Nadie quiso parar el partido hasta que los aficionados empezaron a derramarse por el césped. El 15 de abril de 1989 la semifinal de FA Cup entre el Liverpool y el Nottingham Forest se suspendió por una aparente invasión de campo. Las imágenes muestran cómo incluso algunos policías tratan de impedir que los hinchas 'reds' salten la valla, empujándoles de vuelta allí donde les faltaba el aire. Una decisión funesta había enviado a miles de seguidores hacia una grada ya abarrotada, las convulsiones eran evidentes antes del pitido inicial, pero nadie paró el partido hasta cumplido el minuto seis. La tragedia de Hillsborough dejó 96 muertos y más de 700 heridos.
Nadie quiso asumir responsabilidades hasta que en 2012 un informe redactado por los familiares de las víctimas destapó las innumerables negligencias cometidas antes, durante y después de la tragedia. Hillsborough no había pasado controles de seguridad desde hacía una década; la policía sólo permitió que tres ambulancias accedieran al estadio; los servicios médicos tardaron en activar el protocolo de emergencia; y una extensa trama de corrupción policial había envenenado la investigación para eludir los cargos y culpar a los aficionados de su propia muerte.
La seguridad de Hillsborough ya había quedado comprometida en las semifinales de 1981, 1987 y 1988. Precisamente el año anterior el Liverpool y el Nottingham Forest también se habían enfrentado en ese estadio y se habían registrado aglomeraciones que provocaron lesiones por aplastamiento entre los hinchas, pero la planificación fue idéntica: para evitar posibles altercados entre aficiones, las autoridades recomendaron separar las zonas dentro del estadio y por razones de mera cercanía a las carreteras de acceso se asignó el fondo de Leppings Lane al Liverpool y Spion Kop al Nottingham Forest. El fondo más pequeño para la afición más numerosa.
Veinte minutos antes del partido los dos sectores centrales de la grada de pie en Leppings Lane estaban abarrotados pero, según publicaría el 'Liverpool Echo', el único anuncio que se hace por megafonía es para pedir que los aficionados se echen más adelante. En los aledaños del estadio la situación empieza a ser peligrosa. El estado de las carreteras y los controles policiales retrasaron la llegada de los seguidores del Liverpool. 24.000 personas debían pasar por 23 tornos deficientes y pronto empezó a formarse un cuello de botella. Ante el peligro de aplastamiento, el inspector jefe Dave Duckenfield, ascendido sólo tres semanas antes y sin experiencia en grandes eventos deportivos, ordena la apertura de la Puerta C.
La Puerta C es una salida que conecta con el túnel de acceso a los sectores centrales de Leppings Lane. Duckenfield no había ordenado cerrar el paso y reconducir a los aficionados hacia los laterales, por lo que una marea humana entra por el túnel directa a una zona que ya estaba soportando el doble de la capacidad permitida. Las vallas que separan la grada del campo impiden huir hacia el césped. Las que dividen la grada dificultan huir hacia otros laterales. El público está enjaulado, aplastado contra los barrotes y los únicos que pueden entrar lo hacen a costa de los que ya han caído.
Ese día había 200 policías menos que el año anterior, cuando ya se había vivido una situación crítica en las gradas. Que fueran los años 80 y que aquellos aficionados fueran del Liverpool favoreció el diagnóstico inicial de un nuevo episodio de vandalismo: Inglaterra vivía el auge del fenómeno 'hooligan' y sólo habían pasado cuatro años desde la tragedia de Heysel. En un primer momento los policías trataron de impedir que los aficionados saltaran la valla, empujando a quienes intentaban huir. Sólo cuando fue obvio el riesgo para la vida de las personas abrieron las dos diminutas puertas que daban acceso al campo.
Había pasado ya el minuto seis cuando el árbitro decidió parar el partido (15.06 horas). La primera ambulancia llegó a las 15.15 y la segunda a las 15.20. Puesto que la policía aún consideraba que aquello era sólo un episodio de 'hooliganismo', prohibió la entrada de las otras 44 que llegaron a acumularse a las afueras del estadio. Tampoco facilitó el acceso de los servicios médicos a la zona del accidente. A falta de camillas, los aficionados empezaron a evacuar a sus víctimas en vallas publicitarias.
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