viernes, 10 de mayo de 2013

El inigualable Alex Ferguson



La permanencia del entrenador del Manchester United al mando del equipo (1986-2013) dice que vio pasar seis copas del mundo desde su privilegiada butaca de conductor del más importante equipo inglés, que perdió sistemáticamente durante los primeros años para después festejar 38 títulos de Premier League, FA Cup y Champions League. Los récords del entrenador escocés resultan, por tanto, inalcanzables.

Los hombres que saben lo que quieren en la vida son difícilmente predecibles desde la lógica de los promotores de la farándula y las celebridades. Aquellos muy seguros de quiénes son, de lo que hacen y para qué están en algún sitio, no necesitan trabajar la imagen pública, ahora cada vez más sofisticada y manoseada por los mass-media y las redes sociales, porque sencillamente entre imagen y realidad hay plena coincidencia. Ese es el caso de Alex Ferguson, que luego de obtener el último título de la Premier League (2012-2013), ha decidido que éste fue su último torneo porque sencillamente, a los 71 años, resulta aconsejable dejar de ser el entrenador del primer equipo, sin desligarse completamente de su relación laboral con el club de los diablos rojos.

Cuando se examinan los veintisiete años del escocés al mando del segundo club más acaudalado del planeta, es imposible evitar un sacudón en nuestras conciencias, dada la velocidad con la que se vive hoy: Todo se hace a la rápida, muchas veces a tropezones, en un mundanal en el que se impone la implacable dictadura de los resultados que si no llegan, amenazan siempre con resentir las finanzas. No hay tiempo, ni dinero que aguante. La gente en general dice no tener tiempo, pues la maquinaria feroz de los biométricos que controlan las entradas/salidas de las oficinas y las fábricas nunca será apagada porque la postindustrialización y la electronificación de las sociedades manda seguir y seguir, con las pulsaciones a mil, instalando en nuestros sistemas nerviosos —y lamentablemente en nuestros espíritus— la desoladora sensación de que el estrés ya es parte constitutiva de nuestra normalidad, que ese mal contemporáneo se combate desde los privilegios de quienes pueden acceder a diario a un jugo de naranja, una bicicleta estacionaria, y si es posible, una siesta de diez minutos diarios.

Para Ferguson, el tiempo ha sido otra cosa. Contratado en 1986, luego de dirigir en su natal Escocia, tuvieron que transcurrir siete años para que lograra el primer título de la Premier inglesa. El tiempo le fue otorgado como inalterable documento de confianza por parte de los directivos del Manchester United, quienes hoy día tendrán que felicitarse luego de casi tres décadas de haber sabido esperar, de haber tenido la excepcional paciencia de quienes expresan en la lógica de la competencia, la legítima ambición de ganar, pero que supieron como nadie en el mundo del fútbol, con madurez y honestidad intelectual, que eso se consigue con la maduración de los proyectos, con márgenes de error admisibles para luego celebrar. Y vaya que celebraron los “red devils”: 38 títulos en 26 años, incluidas dos Champions y haber albergado y perfeccionado las trayectorias de figuras como Eric Cantoná, David Beckamp, Cristiano Ronaldo o Ryan Giggs que sigue en la plantilla como testimonio de que el tiempo puede ser un aliado para construir grandes y dilatadas historias y no siempre una exasperante cuenta regresiva.

En una extensa entrevista realizada a Juan Sebastián Verón el año pasado, el gran volante argentino contó que cuando jugaba en el Manchester, Sir Alex se situaba en un segundo piso desde el que observaba los movimientos de sus jugadores debidamente seguidos en el campo por los asistentes técnicos de ésta que es la mayor leyenda viviente de las canchas como entrenador de fútbol. Esto significa que en el último tiempo este empedernido consumidor de goma de mascar, de rostro rojo-infierno cada vez que se contrariaba cuando a su equipo las cosas no le salían bien, había instalado una mecánica de trabajo en la que él ya sólo estaba para las grandes decisiones, dado su prestigio como buscador de talentos y optimizador de las grandes virtudes de los mismos.

Con su trayectoria y su siempre creciente prestigio, no fue el egocéntrico predecible y autorreferencial. Desde su posición de conductor futbolístico la emprendió contra el Real Madrid vinculado al franquismo, contra varios jugadores encumbrados a la categoría de famosos e incluso a especímenes como José Mourinho, a quién aprecia y respeta como profesional, pero que cometió el gravísimo error de llevarle de obsequio una botella de vino que “parecía aguarrás”. En el mundo de lo perentorio, de lo urgente, de la obsesión de ganar como sea, Ferguson ha conseguido con su impresionante carrera situarse por encima de dicotomías y maniqueísmos, pues se trata, junto a Arsene Wenger (casi quince años continuos al mando del Arsenal) de las dos únicas aves exóticas de la dirección técnica del fútbol profesional que jamás podrán ingresar en la categoría de fusibles, ni en las baratas consignas de “cuando ganamos, gana el equipo, cuando perdemos, pierde el entrenador”.

Alex Ferguson, decidió, desde su privilegiada posición de conductor del más ganador de los equipos ingleses, hablar públicamente solamente para decir cosas inteligentes, para ejercitar con sus palabras ese proverbial humor británico, corrosivo, provocador, muchas veces molestoso para los aludidos de turno, apostando por las frases entre líneas a la hora de ponerle sello personal a las cosas, sin necesidad de descender a la obviedad o a la arrogancia. Con su partida no se ha escuchado hasta ahora manifestación de desgarramiento alguno, y como ya fue oportunamente homenajeado su renuncia se asume con la flemática tranquilidad que otorga el contar con estadios sin alambrados en los que el espectáculo futbolístico se practica y se contempla, en términos generales, desde la nobleza humana.

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