Campeones de la marcación, insuperables en el esfuerzo físico hasta el límite, refugiados en la eficacia para recuperar y así tapar sus debilidades y sustentados en la cultura italiana de su director técnico Roberto di Matteo, los jugadores del Chelsea hacen un antifútbol al que ayuda la fortuna y la mala noche del rival que en este caso les ha permitido ganar la Champions League. Tener el balón, hacerlo circular por izquierda-centro-derecha, pero con Robben, Gómes o Ríbery siempre incómodos para rematar, nos ofrecieron un Bayern de Múnich muy persistente y poco inspirado del que sobresalió Thomas Müller que luego de anotar el 1-0 fue equivocadamente sustituído por el técnico Jupp Heynckes que decidió cerrar el partido dos minutos antes de que el fabuloso Didier Drogba pusiera el 1-1 que obligó al alargue y luego a la tanda de penales.
El Chelsea es el menos inglés de los equipos ingleses, tiene un dueño ruso llamado Roman Abramovich que ha invertido millones de euros durante una década para conseguir objetivos como el del sábado, y que en lo estrictamente futbolístico tuvo en Ashley Cole y en el marfileño Drogba a los baluartes del sacrificio y el convencimiento de que se podía batir en el Allianz Arena al equipo históricamente más importante del fútbol alemán.
A la horrible noche de Gómes que no pudo hacer pie en el área chica, los disparos de Robben al cielo —y el penal atajado por Cech—, y Ríbery maniatado durante todo el partido finalmente lesionado, el contraste a todas luces lo protagonizó Drogba, que primero convirtió el empate, luego cometió la infracción del penal que pudo haberle dado al Bayern el triunfo en el alargue y finalmente consiguió con el quinto penal poner a su equipo en el podio de los triunfadores del más importante torneo europeo.
Drogba fue zaguero central, volante de recuperación, volante ofensivo y atacante de área. Fue todo eso durante los 120 minutos del extenuante encuentro con una versatilidad y capacidad de desdoblamiento que sólo poseen los grandes jugadores de todos los tiempos, nada menos que a sus 34 años, edad en la que se comienza a recorrer el último tramo de una carrera.
Ya le había sucedido al Barcelona en la semifinal que acorraló a estos sortudos y eficaces ingleses que arman murallas defensivas y saben salir de contra con velocidad, sorpresa y gran capacidad de definición, como lo demostraron en ese partido, Ramírez y el Niño Torres, mientras el Bayern de Múnich llegaba a la final luego de superar por penales al Real Madrid y después de perder la Bundesliga a manos del Borussia Dortmund. Los germanos fueron una máquina ofensiva, pero enredados por la impresionante marcación de los visitantes, y por intentar buscar penetrar las áreas adversarias sin claridad, sin haber tenido la capacidad para ejecutar las últimas jugadas que hubieran permitido reflejar en el resultado los méritos de uno y otro.
Las cambiantes incidencias del juego hicieron de esta final un espectáculo emotivo, que en ningún momento alcanzó niveles de calidad a los que nos tienen acostumbrados en los últimos años, el Barcelona y el Real Madrid, pero que permitió confirmar que quienes terminan marcando diferencia para imponerse son jugadores con una gran fortaleza mental y que en este caso no fueron Schweinsteiger y compañía que en esta ocasión contradijeron la dominante historia ganadora de los alemanes que alguna vez tenían que salir derrotados en su propia casa.
Drogba pasa a la galería de los grandes ganadores, pues el triunfo conseguido por el Chelsea se lo debe especialmente a su abrumadora inspiración.
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