jueves, 22 de diciembre de 2011

Wigan Athletic 0 - 0 Liverpool

El clásico derbi del noroeste entre el Wigan y el Liverpool prometía desde el principio, y no defraudó. Marcado, sin duda, por la reciente sanción que la FA ha impuesto a Luis Suárez, tras confirmarse que el delantero sí pronunció palabras racistas, el partido se convirtió en un verdadero espectáculo futbolístico.



El Wigan, ajeno a los complicados asuntos de sus vecinos del oeste, no podía permitirse volver a fallar en su estadio -sólo ha conseguido una victoria como local esta temporada- y aunque el Liverpool no era ni mucho menos el mejor rival para darle la vuelta a la racha negativa, tanto el equipo como su entrenador, Roberto Martínez, no estaban dispuestos a alcanzar la cifra de 500 derrotas en la Premier.

El Liverpool, en cambio, era todo lo contrario. Aunque es verdad que el “caso Suárez” ha afectado significativamente al funcionamiento normal de la familia “red”, la racha positiva que el equipo de Mersey arrastraba hasta el estadio de los “latics” hacía presagiar una nueva victoria para los chicos de Kenny Dalglish.



El partido verdaderamente fue un espectáculo. Si por algo se caracteriza el equipo del míster español es que, ya no solo los jugadores, sino también todo el estadio y el club, aman lo que significa el buen fútbol y el estilo inglés. Los “latics” empezaron fuertes y llevaron las jugadas a un nivel superior de chispa y velocidad, como dicen en las islas, el encuentro pasó a una etapa “box to box” (de un área a otra). Mientras que en el Liverpool, Suárez y el centro del campo encabezado por Adam, ponían el ataque y la velocidad, en los locales fue el español Jordi Gómez quien acogió el balón y dio electricidad a una pelota que recorrió con placer el verde césped del estadio DW.



Aunque el Wigan se gustó en ese juego rápido y trepidante, fue el Liverpool el que le sacó más rendimiento. Henderson probó a Al Habsi en el minuto 8 con un buen tiro potente que el guardameta desvió a córner, mientras que Kuyt y Glen Johnson bien pudieron adelantar a los “reds” con dos jugadas casi consecutivas. El holandés la tuvo primero cuando en el minuto 24 se adelantó a los defensas locales y cruzó perfectamente el balón, sin embargo, el cancerbero omaní blocó sin problemas el tiro; y dos minutos más tarde, el lateral inglés tuvo en sus botas una de las más claras del partido cuando después de crear con Suárez una pared que lo dejó solo en el área, no supo definir bien y desperdició la ocasión.



Por su parte, el Wigan también puso en buenos apuros a Pepe Reina. Tanto Jordi Gómez, como Moses y Diame crearon mucho más peligro en las inmediaciones del meta “red” que en otras ocasiones. El francés estuvo imparable toda la primera mitad. Su portencia y velocidad superaron en muchas ocasiones la despistada defensa visitante, y tal solo el buen hacer de los zagueros en los últimos momento evitó los goles. De hecho, en el 36, una cabalgada imparable del 21 del Wigan dejó por los suelos a cuatro jugadores del Liverpool e hizo que Reina despotricase a gusto contra sus compañeros, ya que sin su intervención, el potente tiro del delantero bien podría a haber supuesto el 1-0 del marcador.



Si bien es cierto que a la media hora de juego el ritmo del partido decayó, las oportunidades de ambos conjuntos siguieron surgiendo con asombrosa facilidad. El Liverpool recogió el balón y jugó con tranquilidad para evitar sorpresas de un Wigan que poco a poco cedía más terreno. Y aunque el equipo de Dalglish buscó el gol, los numerosos huecos en defensa crearon la incertidumbre atrás y evitaron un ataque total para abrir el marcador.



La segunda parte fue otro partido. El juego de pase que históricamente siempre ha caracterizado al Liverpool volvió a aparecer, pero al contrario que en otras ocasiones los jugadores malinterpretaron su función. El clásico “passing game” es siempre correcto para dormir los partidos, pero únicamente cuando se van ganando. Consciente de ello y para contrarrestarlo, Kenny Dalglish dio entrada a Bellamy y a Shelvey para inyectar un poco de chispa y velocidad a las jugadas de su equipo, pero fue insuficiente. El Liverpool entró en una dinámica demasiado estática donde los jugadores no buscaron los espacios sino que se contentaron con recibir el balón en los pies. Salvo algunas agradecedoras internadas de José Enrique por la banda, los “reds” mantuvieron la misma actitud hasta final del partido.



Pero en el minuto 49 saltó la polémica. Una mano de Cadwell en el área daba al Liverpool la oportunidad de ponerse por delante, mejorar la racha fuera de casa y alejar los titulares lejos de la sanción a Suárez; pero, desgraciadamente, Charlie Adam falló el penalti, o mejor dicho, el portero del Wigan se la paró. No es fácil ver como la zurda privilegiada del jugador escocés desaprovecha una pena máxima, pues no sin mérito tiene en su haber numerosos lanzamientos consecutivos desde el punto fatídico; sin embargo, este fue distinto, y tras la oportunidad el partido no volvió a resurgir.



La falta de ideas y el desgaste de la primera parte fueron suficientes para anular a ambos conjuntos. El balón ya no corrió como lo había hecho antes del descanso, y aunque la siempre fiel afición de los “latics” no cesó en sus felices cánticos para arengar a los suyos, el marcador finalizó en empate.



Sólo la inercia final del Liverpool puso el nudo en la garganta de los insistentes seguidores del Wigan. El Liverpool, tras la salida de Andy Carroll, volvió a asediar, más a la heroica que con cabeza, la portería de Al Habsi. Un par de balones bien centrados por Bellamy y una falta lanzada a la barrera por Adam fueron la última intentona sin premio de un equipo que desde el penalti fallado no fue el mismo.



Al final, el Wigan salió con la cabeza alta de su estadio pues no sólo plantó cara a un Liverpool con más sombras que luces, sino que fueron capaces de ganarles. Los de Roberto Martínez consiguieron un punto que sabe a gloria, y a falta de que mañana acabe la jornada, ya solo están a uno para salir de los puestos de descenso.

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